Siempre existió sufrimiento, dolor, hambre y sed antes de la
Redención, y después de ella incluso, sigue habiendo sufrimiento, dolor, hambre
y sed. La Redención me dio más que la exención del dolor: me dio a Jesús, su
gracia, el Espíritu, el amor, la paz y la alegría
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El sufrimiento, en todas sus formas, fue desde los orígenes
un misterio y una herida para la raza humana. Fue temido, maldecido y apartado,
fue un signo de contradicción y una maldición. Jesús se hizo hombre y, al
aceptar las consecuencias de nuestra caída y sufrir como todos nosotros
sufrimos, elevó el sufrimiento, lo transformó, le dio poder, y entendió el
dolor de cada miembro de la humanidad como el suyo. Tanto así, que cuando
alivio el dolor de mi hermano, o me compadezco de él, Jesús considera esto como
si se lo hiciera a Él mismo.