La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para
las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia»
(2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos
a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros.
Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos
cuida y nos busca cuando lo dejamos.