D.
JUSTO HACÍA HONOR A SU NOMBRE
Hoy,
recién celebrada la Eucaristía por D. Justo, sus recuerdos se han paseado por
mi cabeza y me han producido la serenidad que siempre me produjo su presencia.
Son
entrañables las vivencias que conservo de él, como una más de sus feligresas,
desde el cariño que teníamos a nuestro párroco.
La
iglesia de San Miguel guarda una buena parte de mis prácticas religiosas de la
infancia, en compañía de mis padres (se habrán vuelto a encontrar con su D. Justo
del alma, por cierto). Bodas familiares, confirmaciones, visitas a casa, consejos
acertados, ternura con los más débiles…En fin, un cúmulo de retazos de la vida
de alguien que hacía honor a su nombre. La prudencia y el aplomo en sus
palabras, en sus homilías tan sabrosas fueron siempre de gran ayuda entre los
que tuvimos la suerte de conocerlo y quererlo.
Discretamente
pedía colaboración para leer en misa cuando ya sus problemas de voz le suponían
una limitación. Con él hemos acudido a ese desgaste y deterioro que conlleva la
debilidad humana. Pero esto era por fuera. Y es que D. Justo, hasta en su
última etapa, ofrecía sonrisas y mostraba, con palabras balbucientes, su
agradecimiento a quienes le cuidaban. Sin duda era la aceptación de la voluntad
de Dios y un punto de reflexión para todos. Fue muy conocido en la diócesis de
Segovia, con cargos importantes, pero el más de todos ellos es que fue un buen
hombre y un buen sacerdote.
Por
eso damos gracias a Dios y sabemos que no se va a olvidar D. Justo, desde el
cielo, de todos nosotros.