Ante una paz amenazada y rota, en una situación difícil para
la paz como la que atravesamos, no podemos cruzarnos de brazos, o permanecer
atenazados por el temor o la incertidumbre, o por la sola crítica a quienes la
amenazan o la rompen. Necesitamos intervenir. Todos
La paz está amenazada, muy amenazada. La paz está rota en
Siria y en otros muchos lugares de la tierra. Guerras, confl ictos, violencia,
terrorismo... continúan cosechando víctimas inocentes y generando divisiones y
heridas que no se cierran. La paz parece, a veces, una meta verdaderamente
inalcanzable. Con el panorama de fondo que tenemos en estos últimos tiempos,
¿cabe esperar la paz? ¡Sí, cabe esperar que venga la paz! ¡Podemos y debemos
esperar una verdadera paz en el mundo; habrá un futuro de paz en la tierra! ¡La
paz es posible! No se trata de un eslogan, sino de una certeza, porque la paz
ha llegado ya en Aquél que trae la paz, que anuncia gozosamente la paz, que ha
vencido el odio, que proclama bienaventurados a quienes trabajan por la paz.
Ante una paz amenazada y rota, en una situación difícil para la paz como la que
atravesamos, no podemos cruzarnos de brazos, o permanecer atenazados por el
temor o la incertidumbre, o por la sola crítica a quienes la amenazan o la
rompen. Necesitamos intervenir. Todos.
El Santo Padre no cesa de llamar a la paz, sobre todo en
Siria, sobre todo desde su vibrante y angustioso llamamiento a la paz durante
la oración del Angelus del domingo primero de este mes de septiembre,
prolongado en todas sus intervenciones posteriores y hasta en el mismo
semblante de preocupación que se adivina en su rostro. En este llamamiento no
cesa de recordarnos que una de las intervenciones, sin duda una de las más
poderosas, es la oración. La oración entraña un enorme poder espiritual, sobre
todo cuando va acompañada del ayuno, del sacrificio y del sufrimiento. Por eso
convocó a toda la Iglesia, al resto de las confesiones cristianas, a las otras
religiones e incluso a los no creyentes, a una jornada de ayuno y de oración el
pasado sábado. ¡Qué impresionante la plaza de San Pedro, en Roma, el sábado por
la tardenoche!, llena de gente orando con el Papa, a quien, simultáneamente, se
le acompañaba en la misma plegaria en todos los rincones de la tierra: el mundo
de rodillas implorando la paz, de Quien viene y vendrá, con toda certeza, la
paz.