2013-10-22 L’Osservatore Romano
El dinero sirve para realizar muchas obras buenas, para
hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de
vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Es ésta la
enseñanza que el Papa Francisco sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de
Lucas (12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre por la
mañana en Santa Marta.
Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del
hombre que pide a Jesús que intime a su propio hermano para que comparta con él
la herencia. Para el Pontífice, de hecho, el Señor nos habla a través de este
personaje “de nuestra relación con las riquezas y con el dinero”. Un tema que
no es sólo de hace dos mil años, sino que se representa todavía hoy, todos los
días. “Cuántas familias destruidas —comentó— hemos visto por problemas de
dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!”. Porque la primera
consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le
está cerca. “Cuando una persona está apegada al dinero —explicó el Obispo de
Roma— se destruye a sí misma, destruye a la familia”.
Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido
absoluto. “El dinero —precisó el Papa Francisco— sirve para llevar adelante
muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad”. Lo que
hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el Pontífice
repitió las mismas palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del “hombre
rico” contenida en el Evangelio: “El que atesora para sí, no es rico ante
Dios”. De aquí la advertencia: “Guardaos de toda clase de codicia”. Es ésta en
efecto “la que hace daño en relación con el dinero”; es la tensión constante a
tener cada vez más que “lleva a la idolatría” del dinero y acaba con destruir
“la relación con los demás”. Porque la codicia hace enfermar al hombre,
conduciéndole al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está
“en función del dinero”.