Significado y consecuencias de la encíclica Humanae Vitae en
su 40 aniversario
“La mañana del 25 de julio de 1968–recordaría años más tarde
el Cardenal Casaroli, entonces Secretario de Estado–, Pablo VI celebró la Misa
del Espíritu Santo, pidió luz de lo Alto... y firmó: firmó su firma más
difícil, una de sus firmas más gloriosas. Firmó su propia pasión”.(1)
Se trataba de la Carta Encíclica Humanae Vitae, sobre la
regulación de la natalidad; terminaba de esa manera un largo trabajo comenzado
en 1963 por Juan XXIII, al constituir una “Comisión para el estudio de
problemas de población, familia y natalidad”.
Pablo VI, al sucederle en el Pontificado, asumió el reto
lanzado por su predecesor, sabiendo desde el principio que ésta sería una de
las cruces más pesadas que le tocaría llevar. En efecto, ya en tiempos de Juan
XXIII, al tiempo de constituir la comisión de estudio, un grupo de moralistas
había comenzado una intensa campaña a favor de la contracepción (2), que se
agudizó con la indiscreta publicación del informe “secreto” escrito para uso
del Papa por la referida comisión.