“La Inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios,
terminado el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial”, así dice la constitución apostólica “Munificentissimus Deus”, con
la que el Papa Pío XII proclamó esta verdad de fe en 1950 y cuya fiesta se
celebra como solemnidad cada 15 de agosto.
Años después, San Juan Pablo II, al hablar de este dogma de
la Asunción en 1997 explicó que “en efecto, mientras para los demás hombres la
resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la
glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio".