Aquellos dos primeros discípulos
le preguntaron a Jesús algo muy concreto: ¿dónde vives? (Jn 1,35). No cuál es
tu programa, tu teología, tu idea de novedad para un cambio. Fue algo más
elemental y más verdadero: ¿dónde vives, Maestro? Y él respondió lo que ya
sabemos: venid y veréis. Fueron y se permanecieron con Él.
La
Santísima Trinidad no es un crucigrama para cristianos eruditos ni ningún raro
teorema de tres-en-uno con nombre extraño. La Trinidad es esa casa de Dios que los
hombres -sin Él- no logran construir. “Si el Señor no construye la casa, en
vano se cansan los albañiles”. Y es que, es imposible que se levante un casa
cuando quienes la diseñan, la financian, la construyen y la venden, han
despreciado la única piedra angular posible: “Jesús es la piedra que
desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra
angular”. Por eso sorprende ver que haya cristianos que sean tan
incondicionalmente acríticos y tan sumisamente disciplinados para con los
diseños y dictámenes de quienes hacen un mundo sin Dios o contra Él (y por
tanto sin humanidad o contra ella), y sigan sospechando y vociferando contra
quienes con verdad y libertad son las nuevas voces de los que siguen sin tener
voz en los foros de nuestro mundo.