“Cada uno de nosotros, en la diversidad de nuestras
vocaciones, está llamado de alguna manera a ser el amor en el corazón de la
Iglesia”, explicó el Obispo de Roma en la Catedral de Manila dedicada a Nuestra
Señora de la Inmaculada Concepción.
En la octava versión de un templo construido en 1581 con
bambú y hojas de palma y devastado repetidamente por tifones, incendios,
terremotos y bombardeos, el Obispo de Roma dijo que “como embajadores de
Cristo, nosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, debemos ser los
primeros en acoger en nuestros corazones su gracia reconciliadora”, y agregó
que “san Pablo explica con claridad lo que esto significa: rechazar
perspectivas mundanas y ver todas las cosas de nuevo a la luz de Cristo; ser
los primeros en examinar nuestras conciencias, reconocer nuestras faltas y
pecados, y recorrer el camino de una conversión constante. ¿Cómo podemos
proclamar a los demás la novedad y el poder liberador de la Cruz –dijo-, si
nosotros mismos no dejamos que la Palabra de Dios sacuda nuestra complacencia,
nuestro miedo al cambio, nuestros pequeños compromisos con los modos de este
mundo, nuestra «mundanidad espiritual» (cf. Evangelii Gaudium, 93)?