“Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Esta frase
con la que el general asirio confiesa su fe después de haber sido curado, es la
frase con la que todos nosotros podríamos también resumir nuestra existencia.
Ésta tendría que ser la experiencia a la que todos llegásemos en el camino de
nuestra vida. Un Dios que a veces llega a nuestra vida de formas y por caminos
desconcertantes, un Dios que a veces llega a nuestra vida a través de
situaciones que, según nuestros criterios humanos, no serían los normales, no
serían los lógicos, no serían los racionales; un Dios que aparece en nuestra
vida para santificarnos y para llenarnos de su luz y de su verdad, aunque
nosotros no entendamos cómo. Porque esto es lo que hace Dios nuestro Señor con
todas las vidas humanas: las lleva por sus caminos, aunque ellas no sepan cómo.