9/11/13

El Papa recuerda que la esperanza en Cristo no desilusiona

La tarde del viernes 1 de noviembre, en la Solemnidad de Todos los Santos, el Papa Francisco celebró la Santa Misa en el ingreso del Cementerio Monumental del Verano (el más grande y antiguo camposanto de la capital italiana), ceremonia a la que siguió una oración por los difuntos y la bendición de las tumbas. Concelebraron con el Pontífice el Cardenal Vicario Agostino Vallini, el Arzobispo Filippo Iannone, Vicegerente de la diócesis de Roma, los Obispos Auxiliares y el Párroco de San Lorenzo Extramuros, Padre Armando Ambrosi.[ + ]  [ - ]
A esta hora, antes del ocaso en este cementerio nos recogemos. Pensamos en nuestro futuro, pensamos en todos aquellos que se nos fueron. Todos aquellos que nos han precedido en la vida y están en el Señor. 
Es tan linda aquella visión del Cielo que hemos escuchado en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera eso. Y aquellos que nos han precedido, y han muerto en el Señor, están allá. Y proclaman que fueron salvados no por sus obras, hicieron obras buenas, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono. Y Él es quien nos salva y es Él que nos lleva como un Papá, de la mano, al final de nuestra vida, justamente a aquél cielo, donde están nuestros antecesores. 
Uno de los ancianos, hace una pregunta, ¿Quiénes son estos vestidos de blanco, estos justos, estos santos que están en el cielo? Son aquellos que vienen de las grandes tribulaciones y han lavado sus vestimentas, haciéndolas cándidas en la Sangre del Cordero. Solamente podemos entrar en el cielo, gracias a la sangre del Cordero. Gracias al Sangre de Cristo, y justamente es la Sangre de Cristo que nos ha justificado, nos ha abierto la puerta del Cielo, y si hoy recordamos a estos nuestros hermanos y hermanas que nos han precedidos en la vida y que están en el cielo, es porque fueron lavados en la Sangre de Cristo, Y esta es nuestra esperanza, la esperanza de la sangre de Cristo. Y esta esperanza no desilusiona. Si andamos por la vida con el Señor, Él no desilusiona nunca. Él no desilusiona nunca.