“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en
un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de
viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre
cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en
Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones
que hay bajo el cielo”.
Hechos de los Apóstoles 2, 1-5