Cristo, vivificándola y santificándola.
Quizás, para un número no pequeño de cristianos,
desgraciadamente, el Espíritu Santo no signifique gran cosa en sus vidas.
Incluso, como pasó a un grupo de la primitiva comunidad de Corinto, lleguen a
ignorar su identidad y con qué bautizo fueron bautizados. En el credo
niceno-constantinopolitano, que a menudo rezamos los participantes en la
eucaristía dominical, proclamamos y profesamos nuestra fe con estas palabras de
la Iglesia: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede
del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y
gloria, y que habló por los profetas".