Recibe un riñón de su joven párroco, quien aprovecha para
recordar la doctrina del sacrificio
La población de Tappahannock (Virginia, Estados Unidos) está
en torno a los dos mil habitantes, así que la posibilidad de que el riñón de
una persona del pueblo sea compatible con otra es bastante pequeña.
De hecho, a Bruce McComb, de 60 años, necesitado de un
trasplante para salvar su vida, le habían implantado en 2002 uno de su mujer,
pero la sepsis provocada hizo fracasar la operación. Se jubiló con 54 años a
causa de su problema renal, y llevaba tres años y medio con diálisis cuando
apareció en escena el joven párroco de la iglesia de San Timoteo, Jonathan
Goertz, de 31 años, ordenado en 2010. Su párroco.
Feliz casualidad... o la Providencia
Don Jonathan quería ser donante y contactó con la
organización nacional que centraliza los trasplantes, y en marzo le hicieron
las pruebas en Richmond, capital del estado. "Una vez que le pongamos en
el sistema, hay cien mil personas en lista de espera y habrá que ver con quién
es compatible", le dijeron.
Goertz sabía de la necesidad de McComb: "Cuando me
encuentro con alguien que tiene una necesidad (física, espiritual o emocional)
siempre me pregunto si soy yo la persona que puede responder a ella",
explica el sacerdote a The Catholic Virginian.