Las criaturas volverán a parecernos bellas y santas el día
en que dejemos de querer sólo poseerlas o sólo «consumirlas», y las
restituyamos al objetivo para el que nos fueron dadas, que es el de alegrar
nuestra vida aquí abajo
El Evangelio del domingo arroja luz sobre un problema
fundamental para el hombre: el del sentido de actuar y trabajar en el mundo,
que Qohélet en la primera lectura [Eclesiastés] expresa en términos
desconsoladores: «¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre
de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?».
Uno entre la gente pidió a Jesús que interviniera en un
litigio entre él y su hermano por cuestiones de herencia. Como a menudo, cuando
presentan a Jesús casos particulares (si pagar o no el tributo al César; si
lapidar o no a la mujer adúltera), Él no responde directamente, sino que
afronta el problema en la raíz; se sitúa en un plano más elevado, mostrando el
error que está en la base de la propia cuestión. Los dos hermanos están
equivocados porque su conflicto no deriva de la búsqueda de la justicia y de la
equidad, sino de la codicia. Entre ellos ya no existe más que la herencia para
repartir. El interés acalla todo sentimiento, deshumaniza.